El 7 de mayo de 1984 la Universidad Iberoamericana rendía un justo homenaje al Padre Enriique Torroella de la Estrada, S.J. quien había fallecido celebrando la Eucaristía el 15 de abril del mismo año.
El padre Torroella considerado el fundador de la Ibero, quien junto con otros de sus hermanos jesuítas habían luchado para hacer lo impensable en el México de 1943 crear una universidad jesuita. Vemos hoy a 80 años de aquel lejano 1943 como esta idea ha fructificado.
El homenaje realizado por la Ibero además de la celebración eucarística incluía un evento académico en donde el padre Manuel Ignacio Pérez Alonso, S.J. leyó una semblanza escrito por él de su hermano jesuita. (Este semblanza puede consultarse en el AHUIA documento: AR 04.54.848).
En el 2014 para la inauguración del Centro Cultural y Deportivo de la Ibero que lleva su nombre, Isabel Martínez, académica de Acervos Históricos, hoy ya jubilada, realizó una semblanza del padre Torroella la cual incluímos hoy.
Boletín UIA 132, abril-mayo 1982, pp. 41
Casi todos los autores que describen la fundación del Centro Cultural Universitario, más tarde Universidad Iberoamericana, destacan la voluntad y acción decidida de Don Rodulfo Brito Foucher, Rector de la Universidad Autónoma de México y del Lic. Enrique Torroella de la Estrada, S.J. para que el inicio de este proyecto educativo de la Compañía de Jesús en México haya sido una realidad a partir del 7 de marzo de 1943.
Hoy queremos ir más allá de la crónica fundacional, para adentramos en la persona del padre Enrique Torroella S.J., quien, con otros hermanos jesuitas, cimentó la obra educativa en la que hoy colaboramos.
Para hablar del hombre y del jesuita hemos tomado algunos fragmentos de la semblanza que preparara el P. Pérez Alonso con motivo del fallecimiento del Padre Torroella en 1984.
El P. Enrique Torroella nació el 20 de febrero de 1901 en Tacubaya. Huérfano de madre antes del mes de nacido, y dadas las responsabilidades militares de su padre, el pequeño Enrique pasó al cuidado de sus padrinos, quienes se ocuparon de su educación y cuidado.
Cumplidos los nueve años, Enrique se matriculó en el Instituto Científico de San Francisco de Borja, mejor conocido como Mascarones. De esos años conservaba los recuerdos más gratos de su niñez como lo fue su Primera Comunión en 1911.
Con la clausura de Mascarones por la revolución y persecución de 1914, pasó al Colegio Francés para terminar la preparatoria y tomar la decisión de estudiar Leyes en la escuela Libre de Derecho. La tesis con la que se recibió de abogado en 1925 se tituló “La Personalidad Jurídica de la Iglesia católica y el Artículo 130 Constitucional”.
El 30 de septiembre de ese mismo año ingresó al noviciado de Ysleta College, que entonces, por la persecución religiosa, tenían los jesuitas mexicanos cerca de El Paso Texas.
A partir de ese momento su desarrollo en la Compañía de Jesús puede dividirse en tres etapas: los años de formación primero, su dedicación a la enseñanza y tercero, su entrega a los trabajos apostólicos.
Su vida como estudiante jesuita fue ejemplar desde el primer momento. En Ysleta College hizo el noviciado además de sus estudios de letras clásicas, latín, griego y filosofía. Siempre con notas sobresalientes.
Pasó después a estudiar en Lovaina y luego en Enghein como última etapa para el sacerdocio que recibió el 24 de junio de 1937. Al año siguiente, a punto de terminar el teologado, el rector del mismo escribía:
“En este Padre encontrará la Provincia de México un varón verdaderamente religioso, humilde, encendido en celo por las almas, y especialmente conocedor de los ministerios que conciernen a la juventud.”
A su regreso a México en 1939, se incorporó a una serie de responsabilidades académicas, tales como subdirector del Centro Cultural, director del Centro Lex y asistente eclesiástico de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNED), finalmente, rector del Colegio de Gelati y del Instituto Patria de cuya construcción en Polanco sería también el responsable.
La Universidad lo había dejado marcado para siempre. El P. Torroella se sintió y fue siempre universitario. Cuando en la década de los cuarentas nadie se hubiera atrevido a pensar en la fundación de una universidad formalmente regida por jesuitas, él concibió esa posibilidad y maduró de tal forma su proyecto que logró realizarlo en lo que fue el Centro Cultural Universitario, cuya dirección asumió durante los años de 1943 y 1944.
Cuando sus ocupaciones como rector primero de Bachilleratos y luego del Instituto Patria no le permitieron ocuparse más directamente del Centro Cultural Universitario, tuvo siempre en la mira el servicio de orientar los principios de aquel ensayo universitario y la voluntad de sacarlo adelante en todas sus dificultades legales y económicas.
El mismo año de 1943 hacía el Padre Torroella su profesión solemne como jesuita y por lo mismo tenía que renunciar a los bienes de fortuna que pudiera poseer. Precisamente ese año recibió el legado de su madre, el cual aplicó integro al Centro Cultural Universitario, determinando que parte de aquel capital se reservase para becas de estudiantes pobres.
La vida de ministerios a la que luego iba a ser destinado no lo desligó de sus preocupaciones intelectuales. Desde su niñez hablaba francés y además del latín, inglés e italiano, aprendió la lengua náhuatl, lo que le permitió traducir del francés la Gramática Náhuatl de Remí Simeón que fue editada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1962. Había publicado también en edición bilingüe el Nicán Mopohua en 1958. Escribió asimismo La Vida de la Santísima Virgen María en 1973. A su actividad intelectual se debe añadir los años que estuvo al frente de Buena Prensa.
En la última etapa de su vida, fue destinado a la dirección de la Obra de los Catecismos de San Francisco Javier, desempeñando a la vez otros cargos ministeriales y el de superior de la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y la Votiva, con todo el trabajo que entraña la dirección de una residencia de la Compañía.
El gran amor que profesó a los pobres y a los humildes queda manifiesto en la obra que desarrolló en Tepetitlán y sus alrededores en el Estado de México, construyendo la casa que albergaría a las religiosas que darían instrucción a las gentes más necesitadas.
Trabajando siempre a mayor o menor ritmo según se lo permitiera su salud, se acercaba al final. Fue su muerte envidiable para cualquier sacerdote, mencionaba el P. Pérez Alonso, porque murió celebrando la Eucaristía y en el mismo día en que la Iglesia conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Para terminar esta semblanza y comprender la relevancia de la obra del Padre Enrique Torroella de la Estrada, S.J., sirvan las palabras del P. Gutiérrez Casillas que en su texto Jesuitas en México durante el Siglo XX apunta “La Universidad Iberoamericana … tiene una historia externa que se concreta en datos y cifras que pueden valuarse objetivamente. Pero también tiene una historia interna, la de la vida de los hombres que la forjaron y que la han sostenido, que sólo puede medirse en un plano de valores trascendentes”.